sábado, 5 de marzo de 2016

UNA HISTORIA DE LA PREHISTORIA

Hola a todos.
¡Se acabó! ¡He llegado, al fin, al final de este relato!
¡Lo he terminado!
Aquí os traigo el final de Una historia de la Prehistoria. 
¡Muchísimas gracias a todos!
¡Ojala os guste el final!

                          Había llegado el momento de abandonar la isla. La joven hembra lo entendía.
                          No...En realidad, no lo entendía. Algunos miembros de la tribu perecieron en la isla. Odiaba tener que comerse aquellos cuerpos. Odiaba el tener que hacerlo. Pero había que protegerlos de los depredadores.
                          Irse de la isla. Era muy triste. Su madre no lo entendía.
                        La noche anterior a la partida, volvió a encontrarse con el joven macho.
                         Éste recorrió con la lengua el cuerpo de la joven hembra saboreándolo. Degustándolo.
                         Algunos días después, la joven hembra empezó a andar de un lado a otro de la cueva donde habían buscado refugio.
                        La madre de la joven hembra se acostó en el suelo de la cueva, sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Su hija se había hecho mayor.
-Estamos haciendo lo que debemos de haber hecho hacer mucho tiempo-afirmó-Ya no había nada en aquella isla. 
-Pero nadie quería irse de allí-le recordó su hija-De algún modo, hemos sido felices viviendo allí. 
-Estamos destinados a seguir vagando. No podemos quedarnos en el mismo lugar porque nos moriríamos de hambre. 
                            La joven hembra se resistió a darle la razón a su madre. Miró a los demás miembros de la tribu. Algunos de ellos estaban dentro de la cueva con ellas. Alguien había hecho fuego.
                           Ya habían dado cuenta de la cena. Pero hacía mucho frío. Volvía a hacer mucho frío.
                           Había comenzado a llover con fuerza.
-¿Cómo estás?-le preguntó el jefe del clan a la madre de la joven hembra. 
-Me duele un poco la cabeza-respondió ésta. 
-Los espíritus quieren que estés mucho tiempo con nosotros. 
                       Le acarició el cabello con la mano.
                       La joven hembra se dio cuenta de una cosa. La forma en la que el jefe del clan miraba a su madre.
                       La miraba del mismo modo que el joven macho la miraba a ella. Había una gran ternura en su mirada. Había algo más en su mirada.
                       El resto de la tribu vivía en chozas que habían construido.
-Eres un jefe noble-le dijo al jefe del clan-Te estoy agradecida por el cariño que le demuestras tener a mi madre. Te respeto. 
-Eres muy buena-dijo él-Ten cuidado. El mundo está lleno de peligros. 
-Mi hija es muy agradecida-intervino la madre-Ya lo ves. Se preocupa mucho por mí. 
                    El jefe del clan la miró con ternura. Entendía lo que sentía el joven macho. A él le había ocurrido lo mismo cuando tenía su edad.
                     Y aquella hembra fue la primera hembra que montó tiempo atrás, quizás, en la misma isla que acababan de abandonar.
-Yo sólo quiero ayudar-dijo la joven hembra-Me gustaría participar en la caza del mamut. 
-¡Hija mía!-exclamó la madre. La pobre estaba horrorizada por las palabras que acababa de oír-¿Has perdido el juicio? La caza del mamut puede ser peligrosa. 
-Sí, porque soy una hembra, ¿no?-dijo la joven hembra con amargura. 
-Tu madre tiene razón-intervino el jefe del clan. 
-¿Piensas lo mismo? 
-Pienso que ninguno de los dos quiere que te pase nada. 
                    Los recuerdos de los lugares en los que habían estados eran confusos en su mente. El jefe del clan tenía la sensación de que iban por los mismos lugares. Todos los lugares por los que pasaban eran iguales. Para su mente...Para él...
                    La madre de la joven hembra rompió a llorar. Ésta la abrazó. Trató de consolarla. No podía entenderla.
                     Ni siquiera el joven macho la entendía.
-Es algo que debo hacer-dijo-Puedo ser tan fuerte como cualquier macho. Incluso, puedo ser una buena jefa. No quiero ocupar el lugar del jefe. Tiene una larga vida. 
-Los machos respetan mi autoridad-intervino el jefe del clan-Pero tú...Eres distinta. Los machos no lo entenderían. 
-Los machos son distintos de las hembras-afirmó la madre de la joven hembra-Sólo servimos para que se desfoguen con nosotras. Y para parir crías. Ellos se reúnen. Planifican las estrategias de caza. Nosotras no podemos hacer lo mismo. 
                        El joven macho se acercó a ella.
                        La abrazó con ternura.
-Yo sí te entiendo-le aseguró-Yo sí te apoyo. No cambies nunca. 
                         Posó sus labios sobre los labios de ella.

                         Después de quitar la piel al animal y los órganos, una cría que estaba entrando en la pubertad, cogió varios palos y frotando uno encima de los otros, provocó el fuego para asar el mamut.
                         El ambiente era animado. La joven hembra estaba muy emocionada. Había olvidado lo que se sentía al salir de caza.
                         El perseguir animal. El darle caza. Uno de los machos sacaba la grasa del cuerpo del mamut, ayudado por varias hembras; después, lo descuartizaron.
                        La joven hembra estaba muy contenta. Hacía tiempo que no veía tanta alegría en la tribu. Pero existía cierta sensación de tristeza. Están pensando en la isla, pensó la joven hembra. Desean volver allí. Porque están cansados de este continuo viaje a ninguna parte.
                         Dos machos colocaron a asar el mamut sobre dos orgollas de haya. El jefe de la tribu se sentó en un pedrusco y colocó a la joven hembra y a su madre entre él. Los demás imitaron los movimientos del jefe de su clan. Eran su familia. Eran su gente.
                         El joven macho buscó con la mirada a la joven hembra.
                         Se formó un corro alrededor del fuego. Entraron en calor.
                         Las hembras no paraban de hablar entre ellas. La joven hembra sentía una extraña emoción dentro de ella que no sabía cómo definir. Todas las hembras admiraban su osadía y envidiaban su valor.
-¿Y no tuviste ningún miedo?-inquirió una cría de hembra que ya había empezado a menstruar-Yo estaría muy asustada. No sería capaz de cazar a un mamut. 
-No tengo miedo-respondió la joven hembra, orgullosa y altiva-Iba armada con piedras. Pude defenderme. Le dimos caza. ¡Vamos a comer!
                     El joven macho había participado en la cacería del mamut de forma activa. No cabía en sí de gozo. Habían logrado capturar una buena presa. El mamut que habían cazado era enorme.
                     La joven hembra le dedicó una sonrisa. Su corazón comenzó a dar saltos dentro de su pecho.
                     Quería hacerle ver al mundo lo que sentía por ella. Quería demostrarlo de algún modo. Su corazón hablaría por él. Y eso fue lo que hizo.
                      Se acercó a ella.
                      La abrazó con fuerza.
                     Y posó sus labios sobre los labios de ella.



                       La entendía mejor que nadie. La apoyaba porque se sentía orgulloso de ella. No sabía cómo describir los sentimientos que aquella joven hembra despertaban en él. No podía saberlo.
                       De haberlo sabido, se habría dado cuenta de que estaba enamorado de ella.

FIN

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