miércoles, 2 de marzo de 2016

UNA HISTORIA DE LA PREHISTORIA

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí os traigo la segunda parte de mi relato Una historia de la Prehistoria. 
Vamos a ver lo que ocurre dentro de nuestro clan heidelbergensis.

                        Todos los días, los miembros del clan se sentaban en el suelo a comer. Hacía días que estaban en la isla. Lo cual tenía maravillada a nuestra joven hembra.
                       No había animales en la isla. Los hombres cazaban los pocos conejos que allí había. Pero había buena pesca. Solían pescar por separado, capturando los peces que atrapaban con sus propias manos. Debían de repartirlos entre todos los miembros de la tribu. La joven hembra les escuchaba con interés. El jefe del clan guardaba silencio. Había cosas que no se podían hablar delante de una hembra.
                    Antes, cuando no estaban en la isla, discutían sobre la estratagema de caza y luego la sometían a votaciones. Lógicamente, la más votada era la que se llevaba a cabo.
                      El joven macho la miró.
                      Deseaba hacer algo para llamar su atención. Los machos estaban cansados de estar en la isla.
-Tenemos que irnos ya de aquí-dijo un macho-Llevamos demasiado tiempo. 
                     El joven macho había demostrado ya sus dotes como cazador.
                    No hacía tanto, habían estado en un lugar. Más adelante, se fundaría en ese lugar la ciudad de Abindgon.
                    La caza allí era abundante. El joven macho quería lucirse ante aquella joven hembra. Demostrarle que podía protegerla.
                    Ya participaba en las reuniones de caza. Había alcanzado la edad adulta. Podía convertirse en un experto cazador. Sabía que ella también cazaba. Lo cual no estaba del todo bien visto. Pero el jefe del clan hacía la vista gorda muchas veces con ella.
                    Recordó una de las reuniones. Nadie lograba ponerse de acuerdo en ningún aspecto de la caza.
-Yo propongo que llevemos al mamut hasta el precipicio-propuso uno de los machos-Como no puede escapar, los atraparemos fácilmente. Tendremos pieles para protegernos del frío. 
-Permíteme corregirte-intervino otro macho-, pero debajo de ese precipicio hay un riachuelo. El mamut, al verse atrapado, podrá escapar tirándose al agua. La corriente lo arrastraría y sería imposible atraparlo. Moriría. Y habríamos perdido una pieza de caza valiosa. 
-Buena reflexión, amigo-alabó otro macho-Lo mejor que podemos hacer es cogerlo por sorpresa y lanzarle piedras y lanzas hasta matarlo. Es lo que siempre hacemos. ¿Por qué vamos a cambiar la estrategia? 
-Yo veo varios inconvenientes-intervino el joven macho-Uno de ellos es que el mamut podría escapar tan rápido que no lo podríamos atrapar. Ha ocurrido otras veces. Otro es que el mamut podría volverse contra nosotros y atacarnos. 

                   La joven hembra pensaba en que era mucho más feliz en aquella isla que en cualquier otra parte.
                  Había algo peculiar en ella. No sabía cómo definirlo. Podía ser que era un lugar mágico.
                  No debía de pensar en animales salvajes. No habían animales salvajes.
                  Comían insectos. Comían las hojas de los árboles. Los frutos que los árboles daban.
                  Sonrió contenta. El joven macho quería verla.
                  Todo el mundo parecía distraído. De modo que pudo escaquearse. Él lo había hecho.
                  Su madre presenció la escena. Estaba viendo a un macho que tallaba la piedra. Se dirigió hasta donde estaba una de las crías. Era uno de sus hijos.
-¿Adónde va mi hija?-le preguntó. 
-Va a ver a uno de los machos-respondió el chiquillo-La espera entre los árboles. Quiere hablar con ella. 
              La madre del joven macho también presenció la escena. Se acercó hasta allí. Veía a su hijo demasiado entontecido por aquella joven. ¡Y no era más que una hembra! Había muchas hembras en el clan.
-¿Qué pasa aquí?
-No pasa nada-respondió la madre de la joven hembra-Es sólo que tu hijo está interesado en mi hija. Nada más...La espera entre los árboles. Le quiere decir algo. 
-El mensaje...¿quién te lo ha dado?-le preguntó al crío la otra hembra-Dime la verdad. ¿Es mi hijo?
-¿Tengo que decir la verdad?-inquirió el crío. 
-Me temo que sí. 
-Guardarme el secreto. 
-Tu madre y yo te lo guardamos, pero dime qué es lo que está pasando aquí. 
-Tu hijo, ha sido tu hijo. 
                  Todo el mundo estaba demasiado ocupado con sus cosas. Nadie se dio cuenta de nada. Las madres de nuestra pareja estaban algo atónitas. Podían sentir miles de emociones.
                  Podían llorar. Podían lamentar la muerte de un miembro de la tribu. Podían sufrir al ver a una de las crías enfermas.
                  Podían reír. Podían llorar. Pero no sabían cómo explicar el amor. No lo habían experimentado nunca. Sí, habían sentido placer.
                  La joven hembra se internó entre la espesura de los árboles. Era un lugar donde no podían perderse. Pero todo estaba lleno de árboles.
                  Efectivamente, allí estaba el joven macho esperándola. En el suelo, estaba un conejo que había cazado y que había descuartizado.
-Te estaba esperando-dijo el joven macho, al verla-¿No te alegras de verme? 
                  La joven hembra arqueó las cejas.
-¡Ah!-exclamó-¿Sí? ¡Qué curioso! 
                  El joven macho se acercó a ella y la abrazó.
                  Ella se separó.
-Siéntate, supongo que tendrás hambre-la invitó-No he comido en todo el día. Quiero comer contigo. Pasar un rato a solas contigo. 
                  La joven hembra enrojeció al oír un suave ruido que fluía de su estómago.
-Pues sí...-dijo-No he probado bocado en todo el día. 
-Me disponía a comer. Vamos, ¡siéntate y come conmigo! He cazado este conejo para ti. 
                  La joven hembra tomó asiento a su lado.
                  El joven macho la volvió a abrazar y le lamió la mejilla.
-¿Por qué haces eso?-le preguntó ella, sobresaltada. 
-Quiero hacerlo-respondió él. 
-Por favor...¿Es que tienes ganas? 
-Tengo hambre. No tengo ganas de hacer otras cosas. Vamos a comer. 
-Está bien. 
                 Empezaron a comer. Ella no dejaba de mirarle.
                 Había algo descarado en su mirada. Pero, al mismo tiempo, había algo inocente en ella.
                 Había parejas en el seno del clan. Había machos que siempre escogían a la misma hembra para desfogarse.
                  La madre del joven macho se había apareado muchas veces con el mismo macho. Las crías que había tenido eran su viva imagen.
                  Lo mismo había ocurrido con el jefe del clan. Se apareaba con la misma hembra. Se establecían lazos entre ellos. Los machos protegían a las hembras. Se desvivían por los hijos que éstas traían al mundo.
                  ¿Podía tratarse de amor? ¿Qué era el amor? Nadie lo sabía. El joven macho sólo sabía que quería estar cerca de aquella joven hembra. Necesitaba estar con ella a todas horas.



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