jueves, 26 de febrero de 2015

EL DIARIO DE LADY PARTHENIA

9 DE FEBRERO DE 1817

-No soporto el silencio-me confiesa Miranda-Por eso, he venido a verte. ¿Cómo está Rebecca? 
                           He aceptado salir a dar un paseo con ella por la zona de Douglas Head. De algún modo, me evado hablando con ella. Estoy emparentada con Miranda. He oído que mi padre era primo de su padre, ¡qué en paz descanse! Sin embargo, nunca llegó a reconocerla como hija. Miranda querría ser actriz. Y se ha conformado con ser la esposa del hijo bastardo de un aristócrata. 
                        El matrimonio entre Damien y Miranda va mal. ¿Acaso Miranda ha creído en algún momento que podría cambiar a Damien? Los hombres como Damien nunca cambian. Damien se parece demasiado a su hermano Alec. 
-Becky se está recuperando poco a poco-contesto. 
                       Miranda tuerce el gesto. Se da demasiados aires de grandeza. A mi parecer...
                      Hay un barco que se está acercando poco a poco al embarcadero. Veo a un grupo de niños jugando. Miranda suspira con tristeza. 
                       Trato de dirigirle una sonrisa amistosa. No me sale bien. 
                       En el fondo, Miranda me da pena. Los Knight no están muy unidos. Damien casi nunca está en casa. 
                       Tengo la sensación de que todos los Knight han fracasado en sus respectivos matrimonios. Y que Alec acabará abandonando a Becky más pronto que tarde. 
                       Miranda me habla de lo triste que es su vida. Sus dos hijos, por desgracia, yacen bajo la tierra. Pasa más tiempo sola que acompañada. Me asegura que se ha acostumbrado a vivir de ese modo. Pero yo sé que, en el fondo, está mintiendo. Sus ojos me hablan de una mujer desgraciada. 
-¿Tú sabes dónde está mi marido?-me pregunta Miranda-Porque yo no sé dónde está. Hace semanas que no le veo. 
-No puede ser cierto-respondo. 
-No estás casada con un Knight. No puedes entenderlo. 
-¿Qué le pasa a Alec y a sus hermanos? 
-Lucien quiere a Alice. 
                         Los ojos de Miranda se llenan de lágrimas. Me resulta demasiado triste mirarla. No es una mujer feliz. Me cuenta que su cuñada Jacinda es feliz con su esposo William. Ella desea lo mismo para su matrimonio. No entiende el porqué su marido la trata como la trata. No entiende en qué se ha equivocado. 
                       Está empezando a refrescar. Yo me coloco el chal de lana de color azul sobre mis hombros. Las olas se alzan ante Miranda y ante mí. Es un espectáculo fascinante. 
                        Me percato de que Miranda está llorando. No es fácil su vida. En el fondo, me da mucha pena. 
                       Miranda y yo decidimos regresar a casa. Mi padre me está esperando. Aunque esté encerrado en su despacho con su secretario. 
-¿Puedo pedirte que salgamos otro día?-me propone Miranda. 
                        Regresamos a pie. 
                        Puede ser que me convenga cultivar la amistad de las esposas de los hermanos Knight. Todas ellas tienen en común lo mismo. Están casadas con canallas. 
-Por supuesto que sí...-contesto. 
-Dile a Rebecca que lo siento-me pide Miranda-Yo me he acostumbrado a las canalladas de Damien. No... Esto no es cierto. 
                            Llegamos ante la verja del jardín que rodea mi casa. 
                            Miranda me da un beso en la mejilla a modo de despedida. 
                            Paso un rato en el jardín. No me apetece meterme dentro de casa. Me detengo ante los rosales que planté no hace mucho con mi madre. De pronto, siento que no estoy sola. 
                             Me giro y, al encontrarme cara a cara con Mikhail, un impulso me lleva a cubrir de besos su cara. 
-Mi adorada Parthenia...-me susurra. 
                            Quiere estar un rato conmigo. Quiere evadirse un poco de la situación que está viviendo en casa de Becky. También es, ahora, su casa. 
                            Quiere verme porque, en su fuero interno, piensa que sólo es feliz si me ve. Si sabe que estoy con él. 


-Becky se ha quedado dormida-me cuenta. 
-He salido a dar un paseo con lady Miranda, la esposa de lord Damien Knight-le cuento a mi vez-Esa pobre mujer está amargada. 
-¿Y quién no va a estar amargada casada con un Knight? Me dan ganas de llevarme a Becky a San Petersburgo. Pero sé que ella no va a querer. 
-Lo que más me aterra es que pueda cometer una locura. 
                        Mikhail se despide de mí al cabo de un rato. 
-No quiero dejar a Becky sola-me dice-Se podría despertar. Y vería que no estoy. 
                          Me besa con dulzura en los labios. 
                          Mi padre y yo pasamos un rato en el salón después de cenar. 
-¿Cómo puedes salir con lady Miranda Knight?-me pregunta horrorizado-¡Es una perdida! Es la hija de una ramera. 
-Quería ser actriz-respondo. 
                          Para mi padre, ser actriz equivale a ser una zorra. No tengo ganas de discutir con él. He cogido un libro de poemas. Ni siquiera he mirado quién es el autor de los poemas. Tan sólo quiero estar distraída. 
                          La chimenea del salón está encendida. Un agradable calorcillo lo inunda todo. Pero yo sigo teniendo frío. 
                         Me tapo las piernas con una manta. Mi padre fuma su pipa. Está leyendo The Times. Hace algunos comentarios. Ni le escucho. 
                          Ha empezado a llover. Escucho cómo las gotas de lluvia golpean los cristales del enorme ventanal del salón. El cielo también está llorando por Becky, pienso. Y trato de no llorar a mi vez. 

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